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El sonido del desarrollo agrario en los Montes de María

El sonido del desarrollo agrario en los Montes de María

En la finca La Esmeralda, en Ovejas, Sucre, cada tanto se escucha entre las copas de los árboles a los monos aulladores, el animal terrestre más ruidoso del planeta. También se oyen y se ven pasar culebras, tigrillos y conejos. Y a menudo se escucha el gañido de halcones, pero en esos cielos no vuelan esas aves de presa, el sonido agudo viene del suelo, de las mangueras de riego de los cultivos, que liberan aire a presión porque se llenan de agua, tan escasa en el territorio, para regar plantaciones de batata. En esas tierras del Caribe colombiano, el desarrollo agrario suena igual que la naturaleza.

El gañido de las mangueras de riego es una revelación fortuita. Los campesinos de Los Montes de María han comprendido que el desarrollo y la tecnificación de sus cultivos deben estar alineados con la protección de los recursos naturales. Es por eso que, acompañados por la Fundación Crecer en Paz, han creado proyectos de producción colectiva que tienen tres premisas: reconstrucción del tejido social, protección del medio ambiente y desarrollo socioeconómico.

Justamente en la finca La Esmeralda está uno de los proyectos de producción colectiva más representativos de la región: Agroesmeralda de Los Montes de María, una asociación de campesinos creada en 2017 que trabaja en 80 hectáreas de la Fundación Crecer en Paz y que están dedicadas al cultivo de aguacate, batata, cacao y ñame, y a una reserva natural de 40.000 metros cuadrados.

Wadis de la Ossa, uno de los fundadores de Agroesmeralda, tiene raíces campesinas e indígenas de la etnia Zenú, es desplazado y, aunque no tiene estudios, hila palabras y conceptos con la fluidez de un conferencista. Dice emocionado que están muy cerca de recibir en propiedad las tierras que hoy tienen en comodato.

La relación con la Fundación Crecer en Paz empezó con desconfianza, por las diferencias culturales que hay entre cachacos y costeños. Pero en estos años de camino nuestra relación cambió, y nuestra vida también: comenzamos a recibir y a administrar un sueldo, recuperamos nuestro sentido de pertenencia, aumentamos nuestra disciplina, y mejoramos la calidad de vida de nuestras familias. Hoy decimos con orgullo que, más que campesinos, somos empresarios del campo gracias a este proyecto de asociatividad”, dice Wadis.

Agroesmeralda es un hito de la región porque se trata de un grupo de 15 asociados campesinos, que compartiendo la tierra y sumando al mismo propósito, logró desarrollar un sistema de producción tecnificado y está consolidando una plataforma de comercialización que lo ha llevado a vender sus cosechas en grandes superficies, resolviendo retos como el tiempo seco y la escasez de agua.

 

Es que en esa zona frontera entre Sucre y Bolívar la temperatura común es de 34 grados centígrados, pero la sensación térmica alcanza los 41 grados centígrados, y la lluvia es tan ausente, que los campesinos de la región la celebran enviando videos de las precipitaciones sobre sus cultivos por cadenas de WhatsApp. Es por eso que, tener un sistema de riego como el de Agroesmeralda, representa un salto de calidad para cualquier proyecto agrario de la región.

Santander Gamarra es otro de los asociados. Nació en Tierra Grata, una vereda vecina a la finca La Esmeralda. Estudió hasta sexto grado y se ha convertido en un experto en sistemas de riego, dice que son la base esencial de un proyecto agrícola, porque sin agua no se alcanza la misma cantidad de producción y muere gran parte del cultivo.

Santander cuenta sonriente que tienen reservorios de agua para el riego: dos lagos que son abastecidos por la reserva forestal de la finca y de los que también beben agua los monos aulladores, las abejas y hasta grupos de ciervos nativos. Explica con solvencia que cada hectárea de riego necesita 6.600 metros de manguera, que cada agujero de la manguera libera dos litros de agua por hora, pero que los riegos se deben hacer día por medio durante veinte minutos. Se le ve orgulloso, aprendió a medir la inclinación de los terrenos, la distancia óptima entre las plantas, la presión de las válvulas para que el agua se distribuya equitativamente por las mangueras, y que ninguna planta en algún extremo se seque de sed. Todos esos cálculos los aprendió observando y preguntando, y ya ha replicado ese conocimiento con otras asociaciones de la región.

Por ejemplo fui a una finca en Villa Dilia y me enseñaron las dos hectáreas que tenían para trabajar, pero encontré que el reservorio estaba en la parte baja del terreno, entonces dije que, respetando mucho al superior, el sistema estaba mal. Lo desmonté y lo armé todo otra vez. Entonces un ingeniero que vio el sistema me preguntó que dónde había estudiado, que el trabajo había quedado perfecto. Ya he tenido la oportunidad de transferir mi conocimiento a varias personas de la región”, recuerda Santander.

Ese sistema de riego, el orden en los procesos de cosecha y clasificación de los productos le ha permitido a Agroesmeralda tener certificaciones en buenas prácticas agrícolas, en buenas prácticas ambientales, en adecuado manejo de reservorios, y, especialmente, les abrió las puertas para establecer relaciones con grandes comercializadores.

Helber de Ávila, otro de los asociados de Agroesmeranda, cuenta que al mes están produciendo 4.000 kilos de batata Aurora que comercializan en mallas de un kilo en puntos de venta Éxito y Carulla de Medellín. También envían a diferentes regiones del país las dos cosechas anuales que tienen de aguacate Lorena.

Nuestro trabajo en equipo nos ha permitido alcanzar grandes logros, como el acceso a estas grandes superficies, lo que también nos ha mejorado los ingresos. Es por eso que tenemos todo el compromiso, trabajamos lo que sea necesario para cumplirle a nuestros clientes, porque la idea es seguir creciendo, incluso soñamos con exportar”, dice Helber.

El proceso de Agroesmeralda le ha cambiado la realidad a los asociados y sus familias: más de cien personas que han mejorado su calidad de vida y que tienen nuevas oportunidades. Gerardo Rafael Mora, miembro de la Asociación, tiene cuatro hijos: dos menores en el colegio, y los dos mayores en la universidad: Elaine, en octavo semestre de medicina, y Edimar, en octavo semestre de ingeniería de software.

A todos los asociados nos está ocurriendo algo, estamos viendo cómo nuestros hijos están teniendo oportunidades a las que nosotros nunca tuvimos acceso, y eso es una gran alegría para un padre. Es muy importante porque esos hijos, más preparados que nosotros, podrán llevar aún más lejos nuestra asociación, porque esto es de todos”, dice Gerardo.

Agroesmeralda es una familia que eligieron conformar campesinos con un propósito común: crear un tejido social desde el objetivo de trabajar la tierra que se han ganado con su esfuerzo por tecnificar su producción agrícola y en armonía con el medio ambiente: allí no se talan árboles, no se hacen quemas, no se usan químicos nocivos para los animales. 

A la Fundación le damos las gracias y le digo, a ellos y a quienes quieran transformar el país, que estos procesos asociativos son un modelo a seguir que se debe replicar. Si hay hambre, no hay paz; si no hay trabajo, no hay paz, y Agroesmeralda, por medio de la Fundación Crecer en Paz, nos ha garantizado las dos cosas: trabajo y comida. Este proyecto conjunto ha traído convivencia, reconstrucción del tejido social y mucha paz”, asegura Wadis.

En la finca La Esmeralda, cuando se escucha a los monos aulladores o el gañido de los halcones, es el sonido del desarrollo agrario, es el sonido de la paz.

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